Por Luis Corbacho
El escritor argentino decidió narrar a elcomercio.pe cómo la aparición de Silvia Núñez del Arco terminó con el romance de ocho años entre ellos. “No entiendo cómo Jaime se ha convertido en un ser perverso y manipulador”, escribe
LUIS CORBACHO
Escritor y periodista argentino (*)
LUIS CORBACHO
Escritor y periodista argentino (*)
Conocí a Jaime hace ocho años, durante una entrevista que le hice en el lobby del hotel Plaza de Buenos Aires. Por ese entonces Jaime era un tipo encantador, un escritor guapo y seductor que me resultó irresistible.
Nuestra relación creció entre mails, viajes esporádicos a Miami y eternas llamadas telefónicas. Jaime era el hombre más amoroso del mundo, y yo me encontraba perdido entre sus palabras y sus besos. Lo amaba con locura, tanto que no me importaba dejar de ver a mi familia y amigos para pasar dos o tres meses con él en su casa de Miami, sin conocer a nadie, teniendo problemas para ejercer mi profesión de periodista (en Buenos Aires dirigía una revista de moda y estilos de vida) y soportando 45 grados de calor sin aire acondicionado.
Las cosas mejoraron cuando conseguí un trabajo temporal en la revista Vogue de Miami. Un sueño hecho realidad para cualquier periodista de moda. Sin embargo Jaime, desde el comienzo, tuvo problemas con mi trabajo. Le molestaba que me levantase temprano para ir a la oficina porque podría hacer algún ruido que interrumpiera su delicado sueño y detestaba a mi jefa, la glamorosa directora Eva Hughes.
Al año siguiente, Jaime recibió una oferta del canal local de Miami Mega TV para regresar a la televisión de esa ciudad. Pensamos juntos, en aquellas noches eternas que nos quedábamos echados en la cama conversando sobre el futuro, que el formato de entrevistas podría resultar aburrido, además de complicado por tener que conseguir uno o dos buenos invitados cada noche.
Entonces, le pedimos a mi amiga argentina Emilia Villagra que grabara fragmentos de los discursos de Chávez y el resto de los presidentes Latinoamericanos, a ver qué salía de aquella mezcla de videítos que editábamos en tono humorístico. El resultado fue genial, y estuvimos trabajando cinco años con sobrado éxito en Mega: Jaime como presentador y Emilia y yo consiguiendo todos los videos del programa (de una hora diaria de duración), editándolos y enviándolos cada día a la oficina del genial editor Eleazar Planas en Miami.
Jaime me pagaba cuatro mil dólares mensuales por ese trabajo, lo mismo que cobraba cualquier otro productor de la ciudad de Miami. Nunca se me ocurrió cobrarle por el formato ni reclamar derechos legales sobre la idea del programa, que inventamos juntos cuando todo era color de rosas. Tampoco hubiera tenido sentido cobrarle nada, porque Jaime era extremadamente generoso conmigo y pagaba todos mis gastos, además de varios lujos y caprichos a los que me fui acostumbrando.
La gente de Mega puede dar probada fe de lo que estoy contando. Todos en el canal me conocían como el argentino novio de Bayly que enviaba cada día los videítos que habían llevado a Jaime a liderar el rating en su horario (cabe recordar que los ciclos anteriores de Bayly, en los que hacía sólo entrevistas, fueron levantados por Telemundo al poco tiempo de estar al aire).
Luego Jaime peleó con los directivos de Mega y el programa dejó de emitirse. Para nuestra suerte, la directora de la señal de noticias internacional del canal colombiano RCN estaba fascinada con Jaime y el formato de hasta cincuenta videos diarios que presentaba en la televisión de Miami, y nos contrató para hacer exactamente lo mismo en Bogotá.
La productora colombiana a cargo del nuevo ciclo, Julieth Riaño, puede dar fe de mi participación en el armado del programa, que en un principio fue harto complicado por requerir nuevas tecnologías para enviar por FTP los videos desde Buenos Aires. Yo me ocupé de gran parte de las tareas (Jaime hizo el trabajo más duro, por supuesto) y el programa salió en vivo, impecable, en noviembre de 2009.
Para ese entonces, la relación entre Jaime y Silvia ya llevaba dos años (de esto me acabo de enterar, hace pocos días, leyendo el blog de la niña, en el que cuenta que no dejó de verse todos los fines de semana con Jaime desde que se conocieron, hacía tres años). Y digo que me acabo de enterar porque Jaime nunca dejó muy en claro qué tipo de relación tenía con esa chica a la que se refería como “la enana loca obsesionada conmigo” y de la que decía que era sólo amigo porque jamás podría calentarse con ella.
Conviví con el fantasma de Silvia rondando por tres años. Jaime la veía a escondidas, ocultaba sus mails y me aseguraba que la relación entre ellos se había enfriado porque Silvia se estaba enganchando demasiado y él sólo quería ser su amigo, porque, insistía, jamás sería capaz de amar a una mujer como me amaba a mí. Cuando ella apareció por primera vez en televisión, Jaime me seguía jurando que no había nada entre ellos, que sólo la mostraba en cámara para dar una buena imagen como posible candidato presidencial (por aquella época Jaime estaba obsesionado con la idea de ser presidente y no hablaba de otra cosa que no fuera su candidatura).
Por mi parte, protagonicé un tremendo escándalo al verla en cámara, exploté de la rabia, renuncié al programa colombiano y me fui del departamento que Jaime había comprado en Buenos Aires y que yo reformé y decoré con tanto cariño. Luego nos reconciliamos, Jaime me juró que dejaría de verla porque la consideraba peligrosa y con demasiados problemas familiares que, por respeto, prefiero no detallar.
Volví a trabajar al programa con la eficiente Emilia, mi amiga desde el colegio, y la amorosa productora colombiana Julieth, quien perdonó el ataque de histeria que le monté al ver en pantalla a la joven escritora con aires de primera dama, a los besos y abrazos con el que decía ser mi chico, el hombre de mi vida.
Durante ese año visité a Jaime en Bogotá tres veces. En el último viaje, alcancé a ojear el manuscrito de “su chica”, algo relacionado con el romance que mantuvo durante años con su profesora de alemán en el colegio. “Esta mujer sí que está realmente loca”, pensé, y ahí entendí el eje de su relación con Jaime.
Al cabo de un año todo volvió a irse al carajo. Esta vez, asumo, de manera definitiva. La niña Silvia quedó embarazada del semental escritor y la red de mentiras se reanudó, más fuerte que nunca.
Jaime me aseguraba que había sido un accidente, que la “enana loca” (esto no es un insulto de mi parte, es la manera en la que él la llamaba frente a mí) se lo había montado medio drogada, bajo los efectos del porro que se fumaron juntos en la suite del hotel Country.
Todo esto que relato parecerá algo fuerte para muchos incautos que no hayan seguido las columnas del genial Bayly cada lunes en el periódico, pero para sus fieles lectores es moneda corriente, ya que el propio Jaime se encargó de ventilar todas y cada una de nuestras intimidades -y las de él con Silvia- en sus escritos semanales. Tanto ventiló que hasta se atrevió a botar públicamente a sus propias hijas del departamento que la sufrida Sandrita decoró creyendo, engañada por el ‘Tío terrible’, que sería su hogar de por vida.
En este punto me permito opinar que a Jaime se le fue la mano y ahora pagará, hasta el último de sus días, con el desdén de sus hijas. Cabe recordar que las niñas tenían una espléndida relación conmigo, siempre basada en el respeto por su integridad y en nunca mostrarnos con Jaime, frente a ellas, en alguna actitud que fuera más allá la amistad.
Lamentablemente, la joven escritora no supo o no quiso respetar a las adorables Camila y Paola, y la culpa de haber separado a un padre de sus hijas pesará en su conciencia, si es que la tiene, por el resto de sus días (como pesa en mi conciencia el haberla insultado por mail estando embarazada).
El caso es que todo se arruinó con el embarazo de Silvia. No por la llegada del bebé, que en un principio me pareció simpática y enternecedora, sino por la seguidilla de mentiras que Jaime comenzó a hilvanar a partir de entonces. Me juraba que el bebé se quedaría en Lima con su madre, que él me seguía amando y que este acontecimiento no debía separarnos, sino unirnos aún más (hay mails constatando lo que acabo de afirmar, pero por el momento prefiero no hacerlos públicos).
Yo, como el tonto probado que soy, le creí todas y cada una de sus palabras.
Cuando Jaime regresó diariamente a la televisión peruana, preferí quedarme en Buenos Aires y trabajar por mi cuenta. Él insistió en que sería genial que me hiciera cargo del Cinco por Cinco Internacional, una serie de videos humorísticos que se pasaban cada noche en El Francotirador. La idea no caló en el público y mi sección dejó de emitirse a las pocas semanas. Jaime no me dio ninguna explicación, y así fue como se acabó nuestra relación laboral luego de seis años de, como afirmó él en su columna, “chuparle la sangre”.
Yo no dije nada, no hice la más mínima alusión al tema y me dediqué a publicar “Candy”, mi segunda novela, que narra la enfermedad y posterior muerte de mi hermana más querida (Nota no de color: el adorable Bayly montó un escándalo porque llevé a mis padres al entierro de Candelaria en el Honda Fit que me regaló, y él debió tomarse un taxi porque prefirió ir más tarde).
En noviembre de 2010, Jaime prometió venir a la presentación de mi nuevo libro en Buenos Aires. Hicimos las invitaciones anunciando su presencia y las enviamos a la prensa y a los amigos. Un día antes de tomar el avión, me escribió diciendo que lo sentía mucho pero le era imposible asistir a la presentación por sus compromisos laborales en Miami. El show “Bayly” regresaría a Mega luego de que Jaime fuera despedido de Frecuencia Latina y debía sí o sí asistir a la firma del contrato con el dueño del canal (luego supe que Jaime no estaba en Miami sino en Lima, saludando a Silvia por su cumpleaños número 22, el 8 de noviembre del año pasado).
Por ese entonces Jaime no dejaba de llamar hasta tres veces por día para comentarme los pormenores de su vuelta a la TV de Miami y pedirme consejos sobre el nuevo formato del programa. Varias veces le pregunté si yo estaba en la foto, si realmente quería que volviera a trabajar con él y a visitarlo en su nueva casa de Miami. Jaime me dijo, textual, que obviamente estaba en la foto y que ya me había comprado un Honda Fit para que maneje en Miami y que me esperaba sí o sí para el estreno del nuevo show. Yo no podía más con mi alegría y mis ilusiones.
Pero el programa comenzó no conmigo sino con la señorita Silvia exhibiendo su pancita de cuatro meses y relatando los pormenores de la futura crianza de su pequeña en la ciudad de Miami. Jaime, para tranquilizarme, aseguró que luego me entrevistaría a mí. Al día siguiente me dijo que mejor no, que no era conveniente mostrar nuestra relación gay frente a las viejas cubanas conservadoras de Miami, y que era mucho mejor para el programa mostrarse con Silvia como la familia feliz en su dulce espera (guardo un mail al respecto del propio Jaime, para que nadie crea que sigo fantaseando).
Tuve que volver a encajar el golpe y guardar silencio para que el estelar presentador no se enoje. Jaime, por su parte, me escribía infinidad de correos diciendo que ya no soportaba más a Silvia en su casa de Miami, que debió decirle claramente que su bebé tenía que nacer en Lima y que estaba harto de llevarla al farmacéutico de la isla, el bueno de Henry, a comprar pomadas para paliar sus recurrentes problemas de embarazo. Todos estos e-mails terminaban con las frases “te amo”, “love you so much”, “miss you”, “te extraño”, “cuento los días para verte”…
Incluso uno de los mensajes, que guardo en el estudio de mi abogado junto con las amenazas de muerte del propio Jaime, decía lo siguiente: te espero el 6 de diciembre en Miami, ya te reservé el pasaje, no me falles.
Sin embargo, en la envenenada columna que el ‘Tío terrible’ me dedicó, se cuenta que yo me inventé un viaje a Miami y que fui a reservar el pasaje como una forma de imponer mi visita a la ciudad del sol. Por suerte guardo mis mails diciéndole a Jaime que no gaste su plata en un ticket en ejecutiva, que yo había conseguido una muy buena tarifa en coach a 1200 dólares y que, al menos por esa vez, prefería pagarme el pasaje. También guardo el correo de Jaime celebrando la gran tarifa que había conseguido y diciendo que de todas maneras él me depositaría el dinero para que yo no corriera con los gastos del pasaje. Para mi mala suerte, ocho años no me sirvieron de nada y volví a creerle.
Cuando regresé de efectuar la reserva en la agencia de viajes de una amiga de mi madre, a pocas cuadras del departamento del que luego fui echado como un perro, me encontré con un mail de Jaime en el que decía que mejor no viaje, que necesitaba estar solo y, de paso, se despachaba con varios insultos hacia mi madre, mi padre y mi única hermana viva. Así, de la nada…
El resto de la historia es conocida por todos aquellos que siguen las peripecias del canalla sentimental.
En aquel momento exploté de rabia e insulté a Silvia por todas las provocaciones públicas televisadas y los engaños de los que había sido cómplice durante tres años. La agredí verbalmente a través de un comentario en su blog, por primera y única vez. Eso fue todo. No la llamé, no la amenacé ni la corrí con un cuchillo como una pareja engañada y desquiciada. En ese momento no lograba entender cómo Jaime, alguien tan bueno y atento, podía haberse convertido en un ser tan perverso y manipulador.
Ahora sé que no es su culpa. Sé que está muy enfermo y que sus delirios parten de una locura que lo excede, producto de años de consumir exorbitantes dosis de ansiolíticos, psicotrópicos y antidepresivos. Por eso lo perdono y me quedo muy triste, porque una persona de un incalculable talento, gran inteligencia e infinita generosidad, ese hombre del que me enamoré perdidamente, hoy me odia y viene a Buenos Aires a sacar a la calle los pocos libros y revistas que dejé en el departamento que armé pensando en los años de felicidad que nos esperaban juntos.
Ojalá Jaime se cure, ojalá vuelva a ser el de antes, el que nos dio todo a mí, a Sandra y a sus hijas y por el que estaba dispuesto a dar la vida sin dudarlo ni por un segundo.
Nuestra relación creció entre mails, viajes esporádicos a Miami y eternas llamadas telefónicas. Jaime era el hombre más amoroso del mundo, y yo me encontraba perdido entre sus palabras y sus besos. Lo amaba con locura, tanto que no me importaba dejar de ver a mi familia y amigos para pasar dos o tres meses con él en su casa de Miami, sin conocer a nadie, teniendo problemas para ejercer mi profesión de periodista (en Buenos Aires dirigía una revista de moda y estilos de vida) y soportando 45 grados de calor sin aire acondicionado.
Las cosas mejoraron cuando conseguí un trabajo temporal en la revista Vogue de Miami. Un sueño hecho realidad para cualquier periodista de moda. Sin embargo Jaime, desde el comienzo, tuvo problemas con mi trabajo. Le molestaba que me levantase temprano para ir a la oficina porque podría hacer algún ruido que interrumpiera su delicado sueño y detestaba a mi jefa, la glamorosa directora Eva Hughes.
Al año siguiente, Jaime recibió una oferta del canal local de Miami Mega TV para regresar a la televisión de esa ciudad. Pensamos juntos, en aquellas noches eternas que nos quedábamos echados en la cama conversando sobre el futuro, que el formato de entrevistas podría resultar aburrido, además de complicado por tener que conseguir uno o dos buenos invitados cada noche.
Entonces, le pedimos a mi amiga argentina Emilia Villagra que grabara fragmentos de los discursos de Chávez y el resto de los presidentes Latinoamericanos, a ver qué salía de aquella mezcla de videítos que editábamos en tono humorístico. El resultado fue genial, y estuvimos trabajando cinco años con sobrado éxito en Mega: Jaime como presentador y Emilia y yo consiguiendo todos los videos del programa (de una hora diaria de duración), editándolos y enviándolos cada día a la oficina del genial editor Eleazar Planas en Miami.
Jaime me pagaba cuatro mil dólares mensuales por ese trabajo, lo mismo que cobraba cualquier otro productor de la ciudad de Miami. Nunca se me ocurrió cobrarle por el formato ni reclamar derechos legales sobre la idea del programa, que inventamos juntos cuando todo era color de rosas. Tampoco hubiera tenido sentido cobrarle nada, porque Jaime era extremadamente generoso conmigo y pagaba todos mis gastos, además de varios lujos y caprichos a los que me fui acostumbrando.
La gente de Mega puede dar probada fe de lo que estoy contando. Todos en el canal me conocían como el argentino novio de Bayly que enviaba cada día los videítos que habían llevado a Jaime a liderar el rating en su horario (cabe recordar que los ciclos anteriores de Bayly, en los que hacía sólo entrevistas, fueron levantados por Telemundo al poco tiempo de estar al aire).
Luego Jaime peleó con los directivos de Mega y el programa dejó de emitirse. Para nuestra suerte, la directora de la señal de noticias internacional del canal colombiano RCN estaba fascinada con Jaime y el formato de hasta cincuenta videos diarios que presentaba en la televisión de Miami, y nos contrató para hacer exactamente lo mismo en Bogotá.
La productora colombiana a cargo del nuevo ciclo, Julieth Riaño, puede dar fe de mi participación en el armado del programa, que en un principio fue harto complicado por requerir nuevas tecnologías para enviar por FTP los videos desde Buenos Aires. Yo me ocupé de gran parte de las tareas (Jaime hizo el trabajo más duro, por supuesto) y el programa salió en vivo, impecable, en noviembre de 2009.
Para ese entonces, la relación entre Jaime y Silvia ya llevaba dos años (de esto me acabo de enterar, hace pocos días, leyendo el blog de la niña, en el que cuenta que no dejó de verse todos los fines de semana con Jaime desde que se conocieron, hacía tres años). Y digo que me acabo de enterar porque Jaime nunca dejó muy en claro qué tipo de relación tenía con esa chica a la que se refería como “la enana loca obsesionada conmigo” y de la que decía que era sólo amigo porque jamás podría calentarse con ella.
Conviví con el fantasma de Silvia rondando por tres años. Jaime la veía a escondidas, ocultaba sus mails y me aseguraba que la relación entre ellos se había enfriado porque Silvia se estaba enganchando demasiado y él sólo quería ser su amigo, porque, insistía, jamás sería capaz de amar a una mujer como me amaba a mí. Cuando ella apareció por primera vez en televisión, Jaime me seguía jurando que no había nada entre ellos, que sólo la mostraba en cámara para dar una buena imagen como posible candidato presidencial (por aquella época Jaime estaba obsesionado con la idea de ser presidente y no hablaba de otra cosa que no fuera su candidatura).
Por mi parte, protagonicé un tremendo escándalo al verla en cámara, exploté de la rabia, renuncié al programa colombiano y me fui del departamento que Jaime había comprado en Buenos Aires y que yo reformé y decoré con tanto cariño. Luego nos reconciliamos, Jaime me juró que dejaría de verla porque la consideraba peligrosa y con demasiados problemas familiares que, por respeto, prefiero no detallar.
Volví a trabajar al programa con la eficiente Emilia, mi amiga desde el colegio, y la amorosa productora colombiana Julieth, quien perdonó el ataque de histeria que le monté al ver en pantalla a la joven escritora con aires de primera dama, a los besos y abrazos con el que decía ser mi chico, el hombre de mi vida.
Durante ese año visité a Jaime en Bogotá tres veces. En el último viaje, alcancé a ojear el manuscrito de “su chica”, algo relacionado con el romance que mantuvo durante años con su profesora de alemán en el colegio. “Esta mujer sí que está realmente loca”, pensé, y ahí entendí el eje de su relación con Jaime.
Al cabo de un año todo volvió a irse al carajo. Esta vez, asumo, de manera definitiva. La niña Silvia quedó embarazada del semental escritor y la red de mentiras se reanudó, más fuerte que nunca.
Jaime me aseguraba que había sido un accidente, que la “enana loca” (esto no es un insulto de mi parte, es la manera en la que él la llamaba frente a mí) se lo había montado medio drogada, bajo los efectos del porro que se fumaron juntos en la suite del hotel Country.
Todo esto que relato parecerá algo fuerte para muchos incautos que no hayan seguido las columnas del genial Bayly cada lunes en el periódico, pero para sus fieles lectores es moneda corriente, ya que el propio Jaime se encargó de ventilar todas y cada una de nuestras intimidades -y las de él con Silvia- en sus escritos semanales. Tanto ventiló que hasta se atrevió a botar públicamente a sus propias hijas del departamento que la sufrida Sandrita decoró creyendo, engañada por el ‘Tío terrible’, que sería su hogar de por vida.
En este punto me permito opinar que a Jaime se le fue la mano y ahora pagará, hasta el último de sus días, con el desdén de sus hijas. Cabe recordar que las niñas tenían una espléndida relación conmigo, siempre basada en el respeto por su integridad y en nunca mostrarnos con Jaime, frente a ellas, en alguna actitud que fuera más allá la amistad.
Lamentablemente, la joven escritora no supo o no quiso respetar a las adorables Camila y Paola, y la culpa de haber separado a un padre de sus hijas pesará en su conciencia, si es que la tiene, por el resto de sus días (como pesa en mi conciencia el haberla insultado por mail estando embarazada).
El caso es que todo se arruinó con el embarazo de Silvia. No por la llegada del bebé, que en un principio me pareció simpática y enternecedora, sino por la seguidilla de mentiras que Jaime comenzó a hilvanar a partir de entonces. Me juraba que el bebé se quedaría en Lima con su madre, que él me seguía amando y que este acontecimiento no debía separarnos, sino unirnos aún más (hay mails constatando lo que acabo de afirmar, pero por el momento prefiero no hacerlos públicos).
Yo, como el tonto probado que soy, le creí todas y cada una de sus palabras.
Cuando Jaime regresó diariamente a la televisión peruana, preferí quedarme en Buenos Aires y trabajar por mi cuenta. Él insistió en que sería genial que me hiciera cargo del Cinco por Cinco Internacional, una serie de videos humorísticos que se pasaban cada noche en El Francotirador. La idea no caló en el público y mi sección dejó de emitirse a las pocas semanas. Jaime no me dio ninguna explicación, y así fue como se acabó nuestra relación laboral luego de seis años de, como afirmó él en su columna, “chuparle la sangre”.
Yo no dije nada, no hice la más mínima alusión al tema y me dediqué a publicar “Candy”, mi segunda novela, que narra la enfermedad y posterior muerte de mi hermana más querida (Nota no de color: el adorable Bayly montó un escándalo porque llevé a mis padres al entierro de Candelaria en el Honda Fit que me regaló, y él debió tomarse un taxi porque prefirió ir más tarde).
En noviembre de 2010, Jaime prometió venir a la presentación de mi nuevo libro en Buenos Aires. Hicimos las invitaciones anunciando su presencia y las enviamos a la prensa y a los amigos. Un día antes de tomar el avión, me escribió diciendo que lo sentía mucho pero le era imposible asistir a la presentación por sus compromisos laborales en Miami. El show “Bayly” regresaría a Mega luego de que Jaime fuera despedido de Frecuencia Latina y debía sí o sí asistir a la firma del contrato con el dueño del canal (luego supe que Jaime no estaba en Miami sino en Lima, saludando a Silvia por su cumpleaños número 22, el 8 de noviembre del año pasado).
Por ese entonces Jaime no dejaba de llamar hasta tres veces por día para comentarme los pormenores de su vuelta a la TV de Miami y pedirme consejos sobre el nuevo formato del programa. Varias veces le pregunté si yo estaba en la foto, si realmente quería que volviera a trabajar con él y a visitarlo en su nueva casa de Miami. Jaime me dijo, textual, que obviamente estaba en la foto y que ya me había comprado un Honda Fit para que maneje en Miami y que me esperaba sí o sí para el estreno del nuevo show. Yo no podía más con mi alegría y mis ilusiones.
Pero el programa comenzó no conmigo sino con la señorita Silvia exhibiendo su pancita de cuatro meses y relatando los pormenores de la futura crianza de su pequeña en la ciudad de Miami. Jaime, para tranquilizarme, aseguró que luego me entrevistaría a mí. Al día siguiente me dijo que mejor no, que no era conveniente mostrar nuestra relación gay frente a las viejas cubanas conservadoras de Miami, y que era mucho mejor para el programa mostrarse con Silvia como la familia feliz en su dulce espera (guardo un mail al respecto del propio Jaime, para que nadie crea que sigo fantaseando).
Tuve que volver a encajar el golpe y guardar silencio para que el estelar presentador no se enoje. Jaime, por su parte, me escribía infinidad de correos diciendo que ya no soportaba más a Silvia en su casa de Miami, que debió decirle claramente que su bebé tenía que nacer en Lima y que estaba harto de llevarla al farmacéutico de la isla, el bueno de Henry, a comprar pomadas para paliar sus recurrentes problemas de embarazo. Todos estos e-mails terminaban con las frases “te amo”, “love you so much”, “miss you”, “te extraño”, “cuento los días para verte”…
Incluso uno de los mensajes, que guardo en el estudio de mi abogado junto con las amenazas de muerte del propio Jaime, decía lo siguiente: te espero el 6 de diciembre en Miami, ya te reservé el pasaje, no me falles.
Sin embargo, en la envenenada columna que el ‘Tío terrible’ me dedicó, se cuenta que yo me inventé un viaje a Miami y que fui a reservar el pasaje como una forma de imponer mi visita a la ciudad del sol. Por suerte guardo mis mails diciéndole a Jaime que no gaste su plata en un ticket en ejecutiva, que yo había conseguido una muy buena tarifa en coach a 1200 dólares y que, al menos por esa vez, prefería pagarme el pasaje. También guardo el correo de Jaime celebrando la gran tarifa que había conseguido y diciendo que de todas maneras él me depositaría el dinero para que yo no corriera con los gastos del pasaje. Para mi mala suerte, ocho años no me sirvieron de nada y volví a creerle.
Cuando regresé de efectuar la reserva en la agencia de viajes de una amiga de mi madre, a pocas cuadras del departamento del que luego fui echado como un perro, me encontré con un mail de Jaime en el que decía que mejor no viaje, que necesitaba estar solo y, de paso, se despachaba con varios insultos hacia mi madre, mi padre y mi única hermana viva. Así, de la nada…
El resto de la historia es conocida por todos aquellos que siguen las peripecias del canalla sentimental.
En aquel momento exploté de rabia e insulté a Silvia por todas las provocaciones públicas televisadas y los engaños de los que había sido cómplice durante tres años. La agredí verbalmente a través de un comentario en su blog, por primera y única vez. Eso fue todo. No la llamé, no la amenacé ni la corrí con un cuchillo como una pareja engañada y desquiciada. En ese momento no lograba entender cómo Jaime, alguien tan bueno y atento, podía haberse convertido en un ser tan perverso y manipulador.
Ahora sé que no es su culpa. Sé que está muy enfermo y que sus delirios parten de una locura que lo excede, producto de años de consumir exorbitantes dosis de ansiolíticos, psicotrópicos y antidepresivos. Por eso lo perdono y me quedo muy triste, porque una persona de un incalculable talento, gran inteligencia e infinita generosidad, ese hombre del que me enamoré perdidamente, hoy me odia y viene a Buenos Aires a sacar a la calle los pocos libros y revistas que dejé en el departamento que armé pensando en los años de felicidad que nos esperaban juntos.
Ojalá Jaime se cure, ojalá vuelva a ser el de antes, el que nos dio todo a mí, a Sandra y a sus hijas y por el que estaba dispuesto a dar la vida sin dudarlo ni por un segundo.
Fuente: Perú21 - 13 Enero 2011
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