LA FUGA DE LA LOMBRIZ
Por Jayme Bayly
Hace ocho años conocí a un joven periodista argentino que vino a hacerme una entrevista en un hotel de Buenos Aires.
Nos hicimos amigos. No tardamos en hacernos amigos íntimos.
Durante ocho años, ese joven, Luis, no vivió conmigo, porque yo necesito vivir solo, pero sí vivió de mí, y sin privarse de nada. Lo mantuve, pagué todos sus gastos, lo llevé de viaje a medio mundo, le regalé un apartamento y un auto, le permití una vida cómoda y, cuando tuvo que trabajar, lo hizo desde mi apartamento en Buenos Aires, con la computadora que yo le había comprado en Miami, mandando videos para mis programas de televisión.
Hace unos cuatro años, sentí que mi amistad por Luis tendía a declinar. Sin embargo, no lo abandoné porque su hermana enfermó de cáncer, agonizó dos años y murió. Acompañé a Luis durante aquel tiempo doloroso, como lo acompañé en los funerales de su hermana.
Luego, sutilmente, fui alejándome de él. Por lo pronto, decidí no hacer más las entrevistas para canal 9 de Buenos Aires que me obligaban a ir a esa ciudad cada tres semanas. Eso me liberó de la servidumbre del viaje mensual a la Argentina. Estando en Miami y luego en Bogotá, procuré que las visitas que me hacía Luis fueran más esporádicas, lo que, como era previsible, desató sus quejas.
Yo siempre le había dicho a Luis que la nuestra era una relación de amistad, pero él se aferraba a la cursilería de que algún día se casaría conmigo en el hotel Alvear de Buenos Aires.
Por supuesto, Luis sabía que soy bisexual y en teoría aprobaba que yo estuviera con otras mujeres si me resultaba apetecible, pero los primeros años que pasé con él no me resultó apetecible estar con una mujer.
A fines de 2007, sin embargo, conocí a Silvia. Durante un año fuimos solo amigos, pero Luis percibía esa amistad con evidente recelo, aunque procuraba disimularlo. Luego Silvia y yo pasamos a ser amigos íntimos. No se lo conté a Luis para evitarme reproches. Luis lo descubrió espiando mis correos en un viaje a Sitges. Como era previsible, hizo una escena melodramática.
En otro ocasión, y por seguir espiando mis correos, Luis se enteró de que Silvia podía estar embarazada de mí (lo que fue sólo una falsa alarma). Era abril de 2009. Luis se desbordó en una escena de culebrón venezolano. Fue realmente embarazoso. La teoría de que yo, siendo bisexual, y siendo su amigo, podía estar con otra mujer, no resultaba siendo aprobada en la práctica. En la práctica, Luis actuaba como una pareja posesiva, celosa y despechada.
Por eso, este año pasé unos pocos días con él en junio, en Bogotá. Huelga decir que lo invité y que le di dinero para que se dedicase a su más ardiente pasión: comprar ropa, en particular zapatillas. Sin embargo, Luis se las ingenió para hacer su numerito de drama queen: como lo alojé en mi departamento y me fui a dormir a un hotel porque en el departamento dormía fatal por culpa de los perros que permitían vivir en el edificio y ladraban a toda hora, Luis hizo un escándalo, dijo que lo había abandonado y me obligó a traer desde Buenos Aires a Bogotá a una amiga suya para que lo acompañase en el departamento. Cuando por fin se fueron, tuve el presentimiento de que no vería a Luis en mucho tiempo. Su conducta había sido bochornosa. Cuando él quería tener sexo conmigo y yo me rehusaba educadamente, tiraba la puerta y gritaba vulgaridades y la verdad es que ya me daba vergüenza tener un amigo así.
Hace unos dos meses, Luis se enteró de que Silvia estaba embarazada de mí, de que ella y yo estábamos felices e ilusionados con el bebé en camino y de que no sabíamos si nacería en Lima o dónde.
Su primera reacción fue amable, pues me escribió felicitándome y diciendo que compartía nuestra alegría. Pero, como el tiempo habría de demostrar, era una reacción falsa, impostada.
Pues desde entonces, y una vez que me despidieron de la televisión peruana y me mudé a Miami, Luis se dedicó a intrigar telefónicamente contra Silvia, llamándome con insistencia para decirme que yo debía vivir solo en Miami y Silvia debía quedarse en Lima y tener al bebé en Lima. Esto, por supuesto, no lo decía Luis pensando en el bienestar del bebé, sino en su torturado deseo de venir a Miami a estar conmigo y alejar a Silvia de mí.
Hace poco, Silvia pasó dos semanas muy felices en Miami conmigo (felices, al menos para mí). Decoramos la casa, compramos la cuna, el coche y otras cosas para el bebé y decidimos que, como ahora yo vivo en Miami, tenía más sentido que nos atreviésemos a la aventura de que el bebé naciera en Miami. Además, la presencia de Silvia en mi casa me da paz, me hace feliz, no me siento invadido ni atropellado, ella es lo bastante delicada y sutil como para respetar mis espacios y dejarme respirar con libertad. De modo que hicimos un plan: si todo sale bien, el bebé nacerá en Miami.
Una vez que Silvia partió de regreso a Lima, llamé a Luis. Me dijo que quería venir a visitarme, pues no me veía hacía más de medio año, lo que le parecía un crimen abominable. Prometí averiguar costos de pasajes. En efecto, los averigüé y le dije que un pasaje en ejecutiva desde Buenos Aires a Miami costaba 7 mil dólares, y uno haciendo escala en Lima, 4 mil dólares, y que me parecía una locura gastar ese dinero. Además, le dije que me venía bien pasar unas semanas solo en mi flamante casa, la más linda de todas las que he vivido en esta isla, la casa en la que quiero vivir lo que me quede por vivir.
Pero Luis se obstinó con venir a verme a Miami. Al día siguiente, me dijo que había conseguido una tarifa en American por 1,200 dólares y que él se la pagaría. Le pedí por favor que me dejara pensarlo. Pero Luis estaba seguro de que ya estaba acá en Miami y de que acá se quedaría un tiempo largo y ya se las ingeniaría para sembrar cizaña contra Silvia y apartarla de mí.
Pues el arrogante mozalbete argentino (si tal frase no es una tautología en sí misma) se equivocó. Con delicados modales, le dije que no quería que viniese, aun con esa tarifa tan conveniente, pues quería estar solo en Miami y no me hacía ilusión verlo, no sentía ya ganas de verlo. Como se puso agresivo, le dije que la sola idea de tenerlo cerca de mí me provocaba “repugnancia”.
Jamás hubiera imaginado la venganza de Luis. Fui yo quien decidió que no quería verlo. Por consiguiente, si estaba ofuscado o humillado, Luis debió insultarme a mí.
Pero no: Luis, cobardemente, escribió un comentario anónimo al blog de Silvia (www.algomeolvido.com). Textualmente, escribió esto que Silvia leyó el día que nuestro bebé cumplía cinco meses de embarazo: “El embrujo que me hiciste ya venció y ahora la maldición caerá sobre ti y tu podrida barriga, puta de mierda”. Delicado, el muchacho. Aludió a un inocente bebé como “podrido” y llamó (como la llama mi ex esposa Sandra) “puta de mierda” a Silvia, la madre de mi bebé.
Silvia me contó que había leído ese comentario y le había hecho daño sentir tanto odio y presentía que provenía de alguna persona cercana a mí. Hice mi lista de sospechosos habituales: Sandra, mi hija Camila y Luis. A los tres les mandé un correo diciéndoles que tenía el IP del comentario malvado y que rastrearía la dirección y daría con el autor de la vileza.
El cobarde de Luis se meó los pantalones apenas supo que tenía su IP. Confesó de inmediato. Pero confesó insultándome e insultando a Silvia de un modo arrogante, se diría que de un modo típicamente argentino. Luego me dijo que se iría de mi departamento (donde vivió los últimos cinco años, un departamento con vistas al campo de rugby de San Isidro que ahora he recuperado para mí mismo) y me injurió con procacidades y canalladas que mi memoria ha purgado con buen tino. Sólo recuerdo que ponía un énfasis insidioso en burlarse de mi gordura. Pues sí, soy gordo, y a mucha honra, pero no soy un cobarde que le escribe anónimamente a una mujer embarazada diciéndole que su barriga está “podrida”.
Como sabe que lo que hizo fue miserable, Luis se retiró ese mismo día de mi departamento, entregó las llaves al portero y huyó a España, aterrado de que yo contratase a un par de matones que le partiesen la cara. Que no se sienta tan a salvo en España, que allá tengo algunos amigos patibularios que podrían partirle las rodillas.
Lombriz, parásito, sanguijuela: viviste chupándome la sangre durante ocho años, ahora búscate un trabajo. Cobarde lombriz argentina, no te atrevas a meterte con mi chica y mi bebé, que te convertiré en chorizo o en chinchulín.
Luego, sutilmente, fui alejándome de él. Por lo pronto, decidí no hacer más las entrevistas para canal 9 de Buenos Aires que me obligaban a ir a esa ciudad cada tres semanas. Eso me liberó de la servidumbre del viaje mensual a la Argentina. Estando en Miami y luego en Bogotá, procuré que las visitas que me hacía Luis fueran más esporádicas, lo que, como era previsible, desató sus quejas.
Yo siempre le había dicho a Luis que la nuestra era una relación de amistad, pero él se aferraba a la cursilería de que algún día se casaría conmigo en el hotel Alvear de Buenos Aires.
Por supuesto, Luis sabía que soy bisexual y en teoría aprobaba que yo estuviera con otras mujeres si me resultaba apetecible, pero los primeros años que pasé con él no me resultó apetecible estar con una mujer.
A fines de 2007, sin embargo, conocí a Silvia. Durante un año fuimos solo amigos, pero Luis percibía esa amistad con evidente recelo, aunque procuraba disimularlo. Luego Silvia y yo pasamos a ser amigos íntimos. No se lo conté a Luis para evitarme reproches. Luis lo descubrió espiando mis correos en un viaje a Sitges. Como era previsible, hizo una escena melodramática.
En otro ocasión, y por seguir espiando mis correos, Luis se enteró de que Silvia podía estar embarazada de mí (lo que fue sólo una falsa alarma). Era abril de 2009. Luis se desbordó en una escena de culebrón venezolano. Fue realmente embarazoso. La teoría de que yo, siendo bisexual, y siendo su amigo, podía estar con otra mujer, no resultaba siendo aprobada en la práctica. En la práctica, Luis actuaba como una pareja posesiva, celosa y despechada.
Por eso, este año pasé unos pocos días con él en junio, en Bogotá. Huelga decir que lo invité y que le di dinero para que se dedicase a su más ardiente pasión: comprar ropa, en particular zapatillas. Sin embargo, Luis se las ingenió para hacer su numerito de drama queen: como lo alojé en mi departamento y me fui a dormir a un hotel porque en el departamento dormía fatal por culpa de los perros que permitían vivir en el edificio y ladraban a toda hora, Luis hizo un escándalo, dijo que lo había abandonado y me obligó a traer desde Buenos Aires a Bogotá a una amiga suya para que lo acompañase en el departamento. Cuando por fin se fueron, tuve el presentimiento de que no vería a Luis en mucho tiempo. Su conducta había sido bochornosa. Cuando él quería tener sexo conmigo y yo me rehusaba educadamente, tiraba la puerta y gritaba vulgaridades y la verdad es que ya me daba vergüenza tener un amigo así.
Hace unos dos meses, Luis se enteró de que Silvia estaba embarazada de mí, de que ella y yo estábamos felices e ilusionados con el bebé en camino y de que no sabíamos si nacería en Lima o dónde.
Su primera reacción fue amable, pues me escribió felicitándome y diciendo que compartía nuestra alegría. Pero, como el tiempo habría de demostrar, era una reacción falsa, impostada.
Pues desde entonces, y una vez que me despidieron de la televisión peruana y me mudé a Miami, Luis se dedicó a intrigar telefónicamente contra Silvia, llamándome con insistencia para decirme que yo debía vivir solo en Miami y Silvia debía quedarse en Lima y tener al bebé en Lima. Esto, por supuesto, no lo decía Luis pensando en el bienestar del bebé, sino en su torturado deseo de venir a Miami a estar conmigo y alejar a Silvia de mí.
Hace poco, Silvia pasó dos semanas muy felices en Miami conmigo (felices, al menos para mí). Decoramos la casa, compramos la cuna, el coche y otras cosas para el bebé y decidimos que, como ahora yo vivo en Miami, tenía más sentido que nos atreviésemos a la aventura de que el bebé naciera en Miami. Además, la presencia de Silvia en mi casa me da paz, me hace feliz, no me siento invadido ni atropellado, ella es lo bastante delicada y sutil como para respetar mis espacios y dejarme respirar con libertad. De modo que hicimos un plan: si todo sale bien, el bebé nacerá en Miami.
Una vez que Silvia partió de regreso a Lima, llamé a Luis. Me dijo que quería venir a visitarme, pues no me veía hacía más de medio año, lo que le parecía un crimen abominable. Prometí averiguar costos de pasajes. En efecto, los averigüé y le dije que un pasaje en ejecutiva desde Buenos Aires a Miami costaba 7 mil dólares, y uno haciendo escala en Lima, 4 mil dólares, y que me parecía una locura gastar ese dinero. Además, le dije que me venía bien pasar unas semanas solo en mi flamante casa, la más linda de todas las que he vivido en esta isla, la casa en la que quiero vivir lo que me quede por vivir.
Pero Luis se obstinó con venir a verme a Miami. Al día siguiente, me dijo que había conseguido una tarifa en American por 1,200 dólares y que él se la pagaría. Le pedí por favor que me dejara pensarlo. Pero Luis estaba seguro de que ya estaba acá en Miami y de que acá se quedaría un tiempo largo y ya se las ingeniaría para sembrar cizaña contra Silvia y apartarla de mí.
Pues el arrogante mozalbete argentino (si tal frase no es una tautología en sí misma) se equivocó. Con delicados modales, le dije que no quería que viniese, aun con esa tarifa tan conveniente, pues quería estar solo en Miami y no me hacía ilusión verlo, no sentía ya ganas de verlo. Como se puso agresivo, le dije que la sola idea de tenerlo cerca de mí me provocaba “repugnancia”.
Jamás hubiera imaginado la venganza de Luis. Fui yo quien decidió que no quería verlo. Por consiguiente, si estaba ofuscado o humillado, Luis debió insultarme a mí.
Pero no: Luis, cobardemente, escribió un comentario anónimo al blog de Silvia (www.algomeolvido.com). Textualmente, escribió esto que Silvia leyó el día que nuestro bebé cumplía cinco meses de embarazo: “El embrujo que me hiciste ya venció y ahora la maldición caerá sobre ti y tu podrida barriga, puta de mierda”. Delicado, el muchacho. Aludió a un inocente bebé como “podrido” y llamó (como la llama mi ex esposa Sandra) “puta de mierda” a Silvia, la madre de mi bebé.
Silvia me contó que había leído ese comentario y le había hecho daño sentir tanto odio y presentía que provenía de alguna persona cercana a mí. Hice mi lista de sospechosos habituales: Sandra, mi hija Camila y Luis. A los tres les mandé un correo diciéndoles que tenía el IP del comentario malvado y que rastrearía la dirección y daría con el autor de la vileza.
El cobarde de Luis se meó los pantalones apenas supo que tenía su IP. Confesó de inmediato. Pero confesó insultándome e insultando a Silvia de un modo arrogante, se diría que de un modo típicamente argentino. Luego me dijo que se iría de mi departamento (donde vivió los últimos cinco años, un departamento con vistas al campo de rugby de San Isidro que ahora he recuperado para mí mismo) y me injurió con procacidades y canalladas que mi memoria ha purgado con buen tino. Sólo recuerdo que ponía un énfasis insidioso en burlarse de mi gordura. Pues sí, soy gordo, y a mucha honra, pero no soy un cobarde que le escribe anónimamente a una mujer embarazada diciéndole que su barriga está “podrida”.
Como sabe que lo que hizo fue miserable, Luis se retiró ese mismo día de mi departamento, entregó las llaves al portero y huyó a España, aterrado de que yo contratase a un par de matones que le partiesen la cara. Que no se sienta tan a salvo en España, que allá tengo algunos amigos patibularios que podrían partirle las rodillas.
Lombriz, parásito, sanguijuela: viviste chupándome la sangre durante ocho años, ahora búscate un trabajo. Cobarde lombriz argentina, no te atrevas a meterte con mi chica y mi bebé, que te convertiré en chorizo o en chinchulín.
Fuente: Peru21 - 13 Dic. 2010
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