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Alma Chiclayo

martes, 3 de mayo de 2011

Odio para los homosexuales: legado de Juan Pablo II

Nota del grupo:


Publicamos el presente artículo, pues es de suma importancia, ya sea por cultura general o para ver lo que realmente la iglesia católica y sus miembros hacen por condenarnos, por excluirnos dejando en claro como se manejan las decisiones de la misma, inclusive de los estados democráticos, con la total influencia de este poder eclesiástico, que mal usa la palabra de dios en su favor.




No puede negarse. Juan Pablo II pasará a la historia como un Papa viajero y tierno, carismático, espiritual, humanista, también por ser un doctrinario ambiguo y experto operador político y de medios e imagen, pero también por su hipocresía moral

Su sonrisa y aire bonachón fue sólo imagen para los medios

Esto no es un homenaje a su memoria, tampoco una reseña sentimentaloide de su vida, menos un culto a su personalidad, intenta ser una breve crítica a su legado homofóbico.

Fue ambiguo en su doctrina, contradictorio por ser liberal al grado de que él mismo se consideró un Papa moderno, pero al mismo tiempo fue un extremista conservador por defender dogmas de una Iglesia procedentes de la Edad Media.

Su sonrisa y aire bonachón fue sólo imagen para los medios, quienes realmente lo conocían saben muy bien de sus arranques iracundos, que demostró sin reservas al pueblo polaco y al nicaragüense porque hicieron todo lo contrario a lo que les dictó en su muy particular visión autocrática de gobernar.

Su dualismo no conoció fronteras. Gobernó con mano de hierro en su doble papel de líder espiritual de millones de católicos y de estadista en un pueblo casi monástico - y ay de aquel que respingara-, pero al mismo tiempo defendía la libertad para los pueblos; si bien criticó la democracia apostó por ella como la mejor forma de gobernar una nación, aunque no aceptó cambios a los dogmas católicos ni críticas a su forma de ejercer el poder pues consideraba que la Iglesia no era un conjunto de hombres libres y pensantes a quienes hay que darles la gracia de decidir, o sea, la única palabra de peso en su gobierno era la suya y no había discusión.

Quizás sólo un hombre así, con carácter dominante, mañas e inteligencia suprema, pudo ser artífice de los movimientos que derrocaron al comunismo, primero en su natal Polonia apoyando al Sindicato Solidaridad inclusive con recursos económicos, que luego desató como reacción en cadena la caída estrepitosa de la Cortina de Hierro y el final de la Guerra Fría. La caída del Muro de Berlín y la unificación de Europa también tuvo participación vaticana por su papel de bastión ideológico.

No logró modificar la geopolítica de Occidente sólo con oraciones y fe mariana, creerlo es cosa de ilusos. Para desaparecer al comunismo y al marxismo de tajo recurrió a las técnicas de la propaganda ideológica bien planeada que socava poco a poco, (cuya efectividad fue probada por Hitler en su tiempo) y con el uso profuso del dinero, de los medios de comunicación y con alianzas con bloques contrarios a las ideologías por derrocar, como lo hizo con Estados Unidos para derrocar al poder soviético y en materia “moral” para detener la cultura de la muerte, aunque igual que hizo Polonia con su desmedido capitalismo, igual que hizo Nicaragua con la teología de la liberación, el régimen de Bush traicionó al Papa con su guerra en Irak.

Usó como nadie los mass media y todas sus herramientas nuevas, como la internet y los multimedia, para llevar su mensaje al mundo y no precisamente evangélico, sino sobre todo ideológico, desde su portal de internet, desde la prensa, la radio y la televisión atacó como le dio la gana a los oponentes a su magisterio “divino”.

Sólo un hombre así, que utilizó como estrategia de comunicación de masas su imagen de Papa bueno y el chantaje sentimental, pudo ablandar el corazón frío de Fidel Castro para que el catolicismo resurgiera en Cuba igual que lo hizo en México. Bastó una visita tempranera para que el pueblo mexicano presionara a Los Pinos para reconsiderar su postura contra los hombres de la Iglesia, que Salinas hizo realidad. Las televisoras no cubrieron profusamente sus cinco giras al país por piedad o por interés de llevar hasta el último rincón del país el Evangelio. Las visitas en sí mismas fueron buen negocio sentimental para todos los organizadores y ocasión perfecta para la propaganda ideológica vaticana.

Gobernar entre ambigüedades

Los analistas de su pontificado justifican su doble cara con los traumas que dejaron en su persona vivir los horrores de la guerra y el exterminio nazi en carne propia, quizás por haber sido fugitivo del Holocausto en su natal Polonia su doctrina en defensa de la vida humana fue extrema hasta el grado de calificar cualquier movimiento progresista como atentado contra la vida humana. Su conservadurismo fue la forma en que protegió lo que el consideraba las verdades de la fe ante los embates del modernismo y de la globalización, a pesar de que él mismo se benefició de las ventajas de este progreso material de orden mundial.

Este líder espiritual fue luz de la calle y oscuridad de su casa. Se abrió para fuera dialogando con religiones en otros tiempos antagónicas del catolicismo; pero se cerró en casa al negarse a ser plural, a escuchar y ser tolerante con los integrantes de la Iglesia que no pensaban como él y a quienes castigó y presionó hasta desaparecerlos, además a los creyentes les dejó sentir el peso de sus decisiones autócratas e impuso un orden único y sin discusiones que deberían cumplirse sin cuestionarlas, argumentando como siempre la infalibilidad de los papas, que fue sólo un decreto promulgado en 1870.

Tratándose de fe fue ecuménico, es decir, se interrelacionó con otras religiones sin chistar, pero tratándose de cosas terrenales y pueriles de los hombres, o sea el sexo, sus tabúes los hizo norma llenando de miedos principalmente a los jóvenes, a quienes quiso convencer de que abstenerse era lo mejor. Sin querer dialogar ni discutir con nadie dio como respuesta un rotundo no al uso de anticonceptivos, no al uso del condón para detener al sida, no a la eutanasia, no al aborto, no al avance genético, no al divorcio, no a abrogar el celibato de sacerdotes, no a la ordenación sacerdotal de la mujer, que demostró su machismo atávico aunque siempre dijera que la Virgen María - al fin y al cabo mujer - guiaba sus pasos todos los días y “que era todo suyo”.

Tal energía por cierto no la aplicó de igual modo para castigar a los ministros pederastas, quizás los protegió por creer que era un complot contra la Iglesia por parte de la cultura de la muerte o tal vez porque estaba ya muy cansado, como quiera que sea no fue justificable su proceder.

La moral que de acuerdo a sus convicciones debía ser el de las familias fue a ultranza y no cedió ni un ápice, provocando grandes diferencias entre lo que la Iglesia profesa y lo que los fieles hacen. Se opuso terminantemente a seguir el ritmo de las exigencias de la grey católica y de los cambios al que está sometido el mundo moderno todos los días, a pesar de que era según él, un Papa de nuestro tiempo.

Homosexuales, al infierno ipso facto

Si Karol Wojtyla no quiso nunca ceder en su forma de pensar en cuestiones fundamentales de la vida humana, menos lo hizo con lo que afecta y preocupa a un pequeño sector de la población católica, que hasta que él arribó al papado estuvo callada y encerrada en su closet.

Este Papa recibió como herencia de sus antecesores los prejuicios contra los homosexuales, que en ese entonces no causaban revuelo como grupo social, eran letra muerta en el dogma, es más, ni siquiera los homosexuales de la época discutían lo que se decía de ellos en las normas de la fe católica. Ser homosexual era un pecado mortal, más si se ejercía como tal, ese era el meollo de la creencia. El papado de Paulo VI y del malogrado Juan Pablo I no fueron los tiempos del destape gay, por eso no se preocuparon hacerlo parte de su agenda para bien ni para mal. A Juan Pablo II, por el contrario, le tocó lidiar con los primeros años del movimiento de liberación homosexual que empezó en Norteamérica, luego en Europa y que hoy ha influido a todo el planeta. Afinó la puntería contra la putería y conformó paso a paso lo que hoy es el legado a los homosexuales que profesamos la fe católica, a nuestro modo.

Empezó con lo más sencillo: el catecismo que se enseña en la doctrina, en él se asegura que ser homosexual no es pecado, que es un desorden que sufren ciertas personas, lo que sí es grave es vivir una sexualidad con personas del mismo sexo. Aconseja que nos traten con piedad, consideración y respeto, pero nunca con aceptación. Nos invita a vivir en la castidad y en el servicio a Dios, pero completamente solos y amargados, es como una invitación a ser acólitos eunucos y castrados, los eternos solterones que están impedidos para casarse.

Pero era el comienzo apenas. En varias encíclicas, especialmente en “El Evangelio de la Vida”, critica el estado de la humanidad a finales del siglo XX en especial por sus comportamientos y actitudes para con la vida, todo progreso en las ideas y toda liberación de las costumbres las tipificó con un nuevo término: “cultura de la muerte”, que tiene en el fondo la intención – en lo que nos toca como gays - de hacernos sentir culpables de que la humanidad se esté yendo al infierno. Ahí, califica al movimiento de activistas homosexuales como uno de los precursores de esta cultura de la muerte, equiparándolo con el aborto, el genocidio y otras conductas en verdad cuestionables, cosa que reafirmó en lo que es su último libro: “Memorias de Identidad” en el que se fue más allá al calificar las uniones de personas del mismo sexo como un terrible ideología de mal contra la vida humana igual que lo fue el Holocausto. Más odio al odio, porque según él somos entenados del demonio.

El movimiento lésbico y gay a nivel mundial organizados en diversas fuerzas activistas han avanzado mucho hasta el grado de que después de haber salido del closet masivamente, al ser visible y demostrar con movilizaciones festivas y masivas su orgullo de estar presentes en todas las manifestaciones del mundo moderno, dio un paso más a sus exigencias: además de respeto, aceptación y la legalización de las uniones de pareja y la posibilidad de adoptar hijos. Estos requerimientos, a lo largo de varios años de lucha, fue elevado en diversos países como un rubro más de los llamados derechos humanos, para defender a la población LGBT del mundo de la discriminación en todos los sentidos, cobró fuerza entonces el terminó homofobia.

La jerarquía católica, que no dio nunca paso alguno sin la aprobación papal, consideró que los gays y lesbianas estábamos llegando demasiado lejos, no nos bastaba con ser tolerados, sino que ya también queríamos ser respetados, aceptados, casarnos y criar niños.

Ante el surgimiento de las corrientes para alegar el derecho de aprobar el mal llamado matrimonio gay, el Papa nos dio una nueva embestida que fue fatal en varios países, como México donde no se aprobó la Ley de Sociedades en Convivencia. Se trató de otro legado de odio que nos dejó, esta vez surgida del equivalente en nuestro tiempo de la otrora Santa Inquisición.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, comandada por Joseph Ratzinger, uno de los hombres más poderosos del Vaticano – sálvenos Dios de que sea el sucesor – presentó en especial a los legisladores de los países donde la propuesta de aprobar las uniones de personas del mismo sexo se empezó a ver con buenos ojos, las Consideraciones Acerca de los Proyectos de Reconocimiento Legal de las Uniones entre Personas Homosexuales.

Ahí, el Papa bueno se demuestra hipócrita al demostrar que fue pura verborrea considerarse profeta de la justicia y de la paz. Como ya no pudo quemarnos en la hoguera como siglos atrás, nos mandó hipotéticamente al infierno con su desprecio e intolerancia y validando en la sociedad de nuestros días a la discriminación y homofobia.

Nos calificó de desviados pecadores y aconsejó a los legisladores no proteger nuestras uniones y no equipararlas a los derechos de las parejas heterosexuales, es decir, quien se consideró a sí mismo como paladín de la defensa de los derechos humanos de los excluidos se contradijo una vez más por oponerse a la equiparación e igualdad de los homosexuales en sus derechos civiles.

El catecismo, sus encíclicas, sus discursos, sus libros, su pensamiento y acciones durante 26 años dejaron en claro que nunca aceptaría a los homosexuales, al contrario, contra nosotros sus desprecios y el de toda su grey, siendo así el principal gestor de la discriminación social y de la homofobia. Así como fue artífice de la caída del marxismo, también armó estrategias para detener los avances de la movilización homosexual, por ello el mundo católico nos enfrenta desde el terreno de las ideas utilizando sobre todo los medios de comunicación y adoctrinado a la sociedad por todos los medios posibles en contra nuestra.

Muy adolorido pidió perdón por los pecados de la Iglesia en los 2 mil años de su pasado, seguro Galileo Galilei, o los judíos del exterminio nazi a quienes no ayudó o todos los quemados en la hoguera de la Inquisición ya descansan en paz por las disculpas vaticanas. Pero a la población LGBT viva y presente en el mundo católico, que soportamos sus ataques y odios durante 26 años, que nos parta un santo rayo por actuar contranatura.

Quizás la asignatura pendiente sea no que la Iglesia nos pida perdón, pues es de dientes para fuera, bastaría con aceptar de una vez por todas que la homosexualidad es natural y libre de pecado y evitar injerir en decisiones de Estado para proteger nuestra uniones y derechos por la ley. ¿El sucesor en el trono de San Pedro aceptará hacerlo?, es una utopía siquiera pensarlo. Seguiremos viviendo un catolicismo a modo, o tal vez adoptemos otro credo, lo más probable es que vivamos al margen de cualquier fe, que es preferible a la angustia de hacer lo contrario a lo que nos dicta el dogma.

Ni duda cabe que fue un experto operador mediático y de imagen, tan excelente resultó que se tomó tiempo para planear que su agonía, muerte, sepelio y entierro fuera un redondo show mediático, que casi a todos convenció post mortem de que fue el líder religioso que el mundo necesitaba, un mensajero de la paz, de que su muerte en una pérdida irreparable y que ningún sucesor tendrá los tamaños para superarlo, por eso quizá dejó bien especificado en la Constitución Apostólica las características del próximo Papa y quién no puede serlo, o sea, se dio el lujo de sugerir un sucesor para que su doctrina dualista se perpetúe por los siglos de los siglos, amén.

Juan Pablo II pasará a la historia como la cabeza de una Iglesia fuera de tiempo y sin credibilidad, no con una renovada fe, pero sí con una más fuerte discriminación hacia la mujer y con una homofobia rampante. Descanse en paz, el peregrino de su fe.



Fuente: anodis.com

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