El uso de una cruz gamada, o esvástica, en el atentado contra un activista del MHOL busca darle un sesgo ideológico a la intolerancia anti-gay. No es la primera vez que el símbolo nazi aparece entre nosotros. En los años 30 circulaba como un ícono pro-germánico. En tiempos recientes reapareció como una importación neonazi.
El injerto siempre ha sido insólito, pues las teorías racistas del nazismo no pegan con la composición étnica del Perú, que está racialmente en las antípodas del delirio hitleriano. Aquí las esporádicas apariciones de la esvástica han sido más bien expresiones de una intolerancia radical frente a las libertades de la democracia liberal.
La persecución de la minoría gay le cae como anillo al dedo a este tipo de actitud violenta. Una parte del impulso tiene que ver con el rechazo a lo diferente, que es percibido como una amenaza, incluso una personal. Es el caso del periodista que se siente ofendido, y hasta tocado por el espectáculo de dos gays besándose cerca de su casa.
La otra parte de la persecución busca ganarse la buena voluntad de muchas personas que, aun cuando toleran las llamadas opciones diferentes de género, no las ven con buenos ojos. Esto por motivos religiosos, o una concepción dada de lo que es la normalidad, o un espíritu de cuerpo con los integrantes de su propio género, o una simple obsesión por la paja en el ojo ajeno.
Pero las situaciones en que el homosexualismo despierta reacciones violentas son las menos. Si nos llevamos por lo que sucede en el mundo del espectáculo, los peruanos tenemos una actitud entre satírica y tolerante ante lo gay. Aunque en el ámbito de lo cotidiano se sabe que no es una vida fácil, sino una existencia marcada por la marginación.
En cualquier circunstancia, los ataques física o verbalmente violentos contra esta minoría son inaceptables. Lo son en sí mismos, y porque la esvástica de marras es parte integral de un desprecio histórico a la parte indígena de la peruanidad, que fue mayoritaria en los años 30 y hoy existe al lado de un mayoritario mestizaje.
La cultura gay en el Perú es parte de lo que se denomina los nuevos movimientos sociales, que buscan integrar las diferencias dentro de una democracia entendida como vigencia de los derechos de las personas. La persecución de las minorías, no importa con cuál argumento, es la marca de fábrica de las dictaduras.
Es válido discrepar de la cultura gay y los derechos que ella reclama, e incluso criticarla, pero dentro del respeto a la diferencia que define una democracia. En ese ámbito los gays se defienden solos, y vienen demostrando ser una comunidad tan cívica como otras.
El injerto siempre ha sido insólito, pues las teorías racistas del nazismo no pegan con la composición étnica del Perú, que está racialmente en las antípodas del delirio hitleriano. Aquí las esporádicas apariciones de la esvástica han sido más bien expresiones de una intolerancia radical frente a las libertades de la democracia liberal.
La persecución de la minoría gay le cae como anillo al dedo a este tipo de actitud violenta. Una parte del impulso tiene que ver con el rechazo a lo diferente, que es percibido como una amenaza, incluso una personal. Es el caso del periodista que se siente ofendido, y hasta tocado por el espectáculo de dos gays besándose cerca de su casa.
La otra parte de la persecución busca ganarse la buena voluntad de muchas personas que, aun cuando toleran las llamadas opciones diferentes de género, no las ven con buenos ojos. Esto por motivos religiosos, o una concepción dada de lo que es la normalidad, o un espíritu de cuerpo con los integrantes de su propio género, o una simple obsesión por la paja en el ojo ajeno.
Pero las situaciones en que el homosexualismo despierta reacciones violentas son las menos. Si nos llevamos por lo que sucede en el mundo del espectáculo, los peruanos tenemos una actitud entre satírica y tolerante ante lo gay. Aunque en el ámbito de lo cotidiano se sabe que no es una vida fácil, sino una existencia marcada por la marginación.
En cualquier circunstancia, los ataques física o verbalmente violentos contra esta minoría son inaceptables. Lo son en sí mismos, y porque la esvástica de marras es parte integral de un desprecio histórico a la parte indígena de la peruanidad, que fue mayoritaria en los años 30 y hoy existe al lado de un mayoritario mestizaje.
La cultura gay en el Perú es parte de lo que se denomina los nuevos movimientos sociales, que buscan integrar las diferencias dentro de una democracia entendida como vigencia de los derechos de las personas. La persecución de las minorías, no importa con cuál argumento, es la marca de fábrica de las dictaduras.
Es válido discrepar de la cultura gay y los derechos que ella reclama, e incluso criticarla, pero dentro del respeto a la diferencia que define una democracia. En ese ámbito los gays se defienden solos, y vienen demostrando ser una comunidad tan cívica como otras.
Por Mirko Lauer
Fuente: La republica
Fuente: La republica
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